La historia conmovió a familiares y desconocidos por igual. La conexión entre ambos fue vista como un símbolo de fidelidad y amor incondicional.
Stuart Hutchison murió un día de agosto del 2019, un mes conocido en Escocia por sus cielos grises y las lluvias que golpean el suelo como si intentaran borrar todo rastro. Murió un domingo, en el hogar de su infancia, rodeado de su madre y de la mujer con la que había contraído matrimonio apenas unos meses antes. Luchó contra el cáncer por ocho años, un trayecto largo, con más de un diagnóstico equivocado, tratamientos fallidos, operaciones y una lista interminable de esperanzas quebradas. Nada logró detener el avance de la enfermedad, que comenzó en su cerebro y terminó por apoderarse de sus huesos, su pelvis y su cuerpo entero.
Para los que sabía serían sus últimos días, Stuart eligió la casa de su madre, Fiona Conaghan, el lugar que lo vio crecer y donde deseaba pasar su último tramo de vida. Danielle, su esposa, decidió acompañarlo, acurrucarse en el mismo, quedarse junto a él hasta el final, resistir al lado de su cuerpo tan desgastado como su voluntad. Entre ambos, un pequeño bulldog francés llamado Nero, de mirada tierna y cuerpo robusto, descansaba con una lealtad que parecía inquebrantable y que los unía con una fuerza que nada podía deshacer.
Stuart y Nero eran como dos partes de una misma cosa, se entendían en silencio, se daban lo que ninguno podía pedir. Quizás se acompañaban en el dolor de sus propios cuerpos, que a veces parecen albergar un lenguaje propio, inexpresable.
En los momentos finales, el sufrimiento de Stuart era evidente. Las manos le temblaban y su madre lo cuidaba con un esmero infinito. En la casa solo se oía el rumor de su respiración lenta, de ese esfuerzo que cada segundo parecía doblegarse un poco más. Entonces, cuando la enfermedad ya se había llevado casi todo de él, Stuart dejó de respirar. Ocurrió a la 1:15 de la tarde, rodeado de una quietud que solo la muerte puede imponer en un lugar.
Quince minutos después, algo extraño sucedió. Nero, quien hasta ese momento había estado tranquilo, empezó a dar señales de malestar. Mientras Stuart todavía yacía inerte, el perro dejó de moverse con la misma soltura. Al notarlo, el padre de Danielle decidió llevarlo al veterinario de inmediato. Nero había estado saludable, sin ningún indicio de problemas en su corta vida, pero algo en él había cambiado. La intuición de la gravedad empujó al hombre a levantar a la mascota y cargarla hacia el automóvil.
Al llegar a la clínica, los veterinarios descubrieron que Nero había sufrido una ruptura en la columna. Era tan extraño como inexplicable. El pequeño bulldog, robusto y fiel, se desmoronaba en minutos, como si la vida se le escapara por una fisura desconocida. No tardó en morir, sus ojos apagándose como los de Stuart, en un acto de simetría triste. La familia quedó perpleja. Ese perro, que fue el compañero inseparable de un hombre condenado a una vida de tratamientos y de largas jornadas en hospitales, se había marchado apenas un instante después de que Stuart lo hiciera. Tal vez sus latidos estaban sincronizados con una precisión que ni ellos mismos sabían.
Fiona, la madre de Stuart, describió la conexión entre su hijo y Nero como algo inusual, más profundo que cualquier otra relación. Stuart tenía otros dos perros, Nala y Amelia, pero Nero era diferente, algo más en él irradiaba un lazo que desafiaba los límites. “Eran como un solo hombre y su perro”, dijo Fiona a Mirror.
La muerte de los dos, primero el joven, después el animal, sumió la casa en un silencio cargado de dolor. Fiona confesó en diálogo con el medio británico, que, aunque sabían que Stuart no podía soportar mucho más tiempo, el momento fue un golpe brutal para ella y para Danielle, que, aunque preparada para la despedida, no estaba lista para perderlos a ambos.
Danielle, quien veía apagarse la mirada de su esposo, fue testigo de cómo, en cuestión de minutos, también se desvanecía el brillo en los ojos de Nero. La mujer cargaba una pena profunda, que parecía haberla desbordado y entristecido. Todo en su rostro hablaba de un sufrimiento que no se alivia fácilmente. Fiona describía a su nuera como alguien fuerte, pero en su expresión había un eco de fragilidad. Esa fuerza, que había sostenido su matrimonio con Stuart, no era más que una resistencia callada que la impulsaba a seguir, pero en su interior, las pérdidas se amontonaban una sobre otra.
La historia de Stuart y Nero se convirtió en una especie de símbolo de fidelidad, una prueba del vínculo único que a veces puede nacer entre un ser humano y un animal. La gente, al escuchar lo ocurrido, enviaba mensajes de apoyo, como si al contar aquella historia revivieran una parte de esa conexión especial. Fiona recibía palabras de aliento de personas que nunca había conocido, de quienes se sentían conmovidos por la intensidad de esa relación. A través de esos mensajes, Fiona encontraba un pequeño consuelo, aunque la pena seguía ahí, intacta.
Al final, la familia enterró a Nero junto a Stuart, en un acto que sellaba ese vínculo inquebrantable. No había espacio para separarlos, ni en la vida ni en la muerte.