“ME CAGÓ LA VIDA”, EL CRUDO RELATO DE UNA MUJER QUE FUE CONTAGIADA DE VIH POR SU ESPOSO

La pareja se casó en 2016 y recién a fines de 2019, cuando estaba muy enferma, ella se enteró de todo. El hombre de 61 años fue condenado este jueves.

La Justicia de Villa María dictó una condena de tres años de prisión efectiva contra un hombre de 61 años, jubilado bancario, por contagiar VIH a su esposa, Mirela, sin haberle informado nunca sobre su condición.

Tras diez años de convivencia, seis de ellos como matrimonio, la víctima descubrió la verdad cuando su salud comenzó a deteriorarse gravemente, un hallazgo que marcó el inicio de una pesadilla física, emocional y social.

El tribunal lo encontró autor penalmente responsable del delito de lesiones gravísimasdoblemente calificadas por el vínculo y por violencia de género. Sin embargo, para Mirela, la sentencia es insuficiente frente al daño irreversible que enfrenta.

En un testimonio exclusivo para Cadena 3, Mirela compartió el calvario que vivió y sigue viviendo. “La verdad es que estoy muy angustiada, la condena no es suficiente, la acepto, pero como yo dije en mis palabras a las juezas, hubo justicia, pero mi justicia, lo mío, es permanente”, expresó con voz entrecortada.

Cada año, en Argentina, 5.300 personas adquieren el virus del VIH

La mujer describió el impacto devastador del diagnóstico: “El daño y la estigmatización, medicada de por vida, un postraumático, medicación antidepresiva, antipsicóticos, un miedo terrible. Hace más de un año que me manejo con botón antipánico”.

El caso salió a la luz en plena pandemia de COVID-19, cuando Mirela comenzó a sufrir síntomas que no entendía: diarreas, vómitos, una debilidad extrema que le impedía caminar media cuadra. “Me internaban, y nada, no daban con el diagnóstico”, relató.

Mientras ella luchaba por su salud, su esposo, quien también era voluntario con ella en un hospital, continuó con su rutina. “No es como él dijo que me cuidó, no me cuidó. Yo estaba el día en la nada, me mandaban a casa por miedo a que me contagiara de cualquier virus, porque no tenía defensas, y volvía de nuevo a la clínica porque salía mal, y a él no le importó”, afirmó con indignación.

El momento más crudo del juicio llegó cuando Mirela enfrentó a su exmarido frente a las juezas. “Cuando la jueza me dio la oportunidad de hablar, yo lo miré a los ojos y le dije: ‘Yo te amaba’, y dije su nombre y apellido. ‘Yo perdí todo, dejé todo por vos, una casa, todo, y me cagaste la vida, y a mis hijos’”, rememoró, dejando entrever la traición que aún la consume. La relación, que ella había construido con entrega y confianza, se derrumbó al descubrir que él sabía de su condición y optó por ocultarla, exponiéndola deliberadamente al virus.

A la pregunta sobre qué motivó a su esposo a actuar así, Mirela no encuentra respuestas claras, solo dolor y desconcierto. “¿Puede haber tanta maldad en una persona? Con el paso del tiempo, no lo entiendo. Él siguió su vida mientras yo me desmoronaba”, reflexionó.

Aunque médicamente está “negativizada” gracias a un estricto cumplimiento de su tratamiento, el peso del estigma y las secuelas psicológicas persisten. “¿Quién me quita este estigma? Estoy medicada, lo cumplo al pie de la letra, pero ¿te podés dar cuenta que no he sanado?”, confesó, evidenciando que el daño trasciende lo físico.

Mirela tomó el coraje de denunciarlo, una decisión que no fue fácil tras años de sufrimiento en silencio. Su caso pone en el centro el debate sobre la responsabilidad penal en la transmisión intencional de enfermedades graves y el impacto de la violencia de género en sus formas más silenciadas. Pese a la condena, ella siente que la justicia no alcanza a reparar una vida marcada para siempre. “Creo mucho en Dios, tengo gente que realmente me quiere, y eso me sostiene”, afirmó, aferrándose a la fe y al apoyo de su entorno.